CHARDIN: LOS CRIADOS, LA FRUTA, LA LUZ
Chardin no es romántico como Nan Golding. Observa las personas y las cosas a su alrededor, con afecto y bonhomía, sin el acento de las pasiones. Su serenidad, sin embargo, en otra vía para plasmar la presencia de los seres: desde la distancia media, dejando que se manifiesten como son. Y desde esa postura, detectar el instante en que el gesto de un criado o un plato de fresones encuentra su luz. Mi película ha buscado tales iluminaciones – en ciertos momentos de silencio de los personajes y, siempre, en como plantear la luz de cada escena.
La mirada transparente de Chardin no es crítica, no quiere enfatizar una denuncia, pero en su ecuanimidad percibe el esfuerzo y el cansancio de una criada que friega o el roto y las manchas de la casaca de un aprendiz. Consigna así a nuestra mirada la tensión de la sociedad en la que vive, quizá de la mejor manera: dejándonos la responsabilidad del juicio, mientras él mismo redime esas vidas escondidas dejando constancia de un instante de su plenitud.