MIS BISABUELOS, EL CINE Y EL OLVIDO
Mis bisabuelos emigraron desde Italia a Brasil en 1899. El gobierno de Brasil pagaba el pasaporte y el viaje: necesitaba mano de obra. Cuando la nave zarpó del puerto de Génova, estaba tan cargada de emigrantes que zozobró y tuvo que volver a puerto para desembarcar unos cuantos. La nave hacía el recorrido Génova-Sao Paulo cargada de turistas durante los meses de verano y sobrecargada de emigrantes durante los meses de invierno, cuando las tempestades son frecuentes en el Atlántico. Mi bisabuela se pasó el mes largo que duró el viaje sentada, agarrada con una mano a la litera, con mi abuela de un año en brazos: no hubo ni un solo día sereno. Cuando desembarcaron en Sao Paulo, les robaron todas sus escasas pertenencias. Mi bisabuelo se fue a intentar resolver la situación. Mi bisabuela se sentó en el muelle con mi abuela en el regazo y empezó a llorar. Se acercó un mujer negra y le preguntó que qué pasaba. Mi bisabuela se lo contó, la mujer se fue y volvió con una taza de leche. Creo que hago cine para que ese gesto no se pierda.
No fue una noticia en los diarios. La vida de los pobres sólo es noticia si tienen un accidente o son delincuentes. Ésta la diferencia entre los medios de comunicación y el cine. Vicky-Marianna puede recordar el gesto de cansancio de una criada en una taberna del siglo XVIII. Marc-Bonaventura puede reencontrar el movimiento preciso de la mano del calderero cuando limpiaba las impurezas del estaño con arena, hierbas y agua. Un mundo se salva porque no lo olvidamos. Un mundo que los poderosos quisieran ver desaparecer a cada instante porque dice la verdad de su dominación. Un mundo que tiene su historia: un hilo directo con la mujer que ahora tendrá un gesto de cansancio apoyada sobre el mango de la fregona en unas oficinas vacías a las cuatro de la madrugada. Una historia que nos recuerda que en todo momento podría haber otra historia.