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En el testamento del padre, este dejaba instituido quienes serían los tutores y curadores que se ocuparían de velar por el alojamiento, la alimentación, el vestido, el calzado, la educación y la salud de sus hijos, El papel de la madre viuda podía llegar a ser secundario, y quedaba a menudo relegada al rol de usufructuaria de los bienes del difunto marido, i con menos responsabilidad que los tutores sobre la descendencia. Esta situación era admitida y había cuajado en el mundo de los lugares comunes: como dice un aforismo catalán del siglo XVII, “el niño, cuando pierde el padre, alejadlo de la madre”.
García Espuche, Albert, Barcelona 1700, 2010, pag 126, 127.
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